Subiendo en bicicleta bajo el sol santiaguino de uno de los días más calurosos que ha habido este año, al menos para mí, que lo disfruté recorriendo sobre dos ruedas las avenidas y ciclovías de la gran capital, casi muero.
Así no más: una esquina y varios automóviles detenidos esperando que por la otra calle no bajara otro auto y poder doblar. Lástima que yo venía por el lado contrario al que todos miraban. Mi instinto me hizo frenar, y justo cuando me detuve, un auto gris avanzó... pero al verme detenido casi sobre el capó, se detuvo al tiro.
Yo me quedé mirando el pequeño espacio -de unos 50 centímetros- que separaba la vida de mi muerte. Así lo vi porque el auto aceleraba rápidamente, y mi cleta avanzaba sin tregua con velocidad y fuerza
En ese pequeño espacio que nos separaba, también el tiempo nos separaba. Unos largos segundos me hicieron retornar el aliento, y miré al interior del auto... pensaba que aparecería un señor, una dama, un jóven un caballero o uno de esos viejos culiaos... de esos estresado que no están ni ahí con la vida.
Pero pobre. Al otro lado del parabrisas, una mujer jóven me decía con sus labios repetidamente "perdón, perdón, perdón...", me miraba como hundida en el asiento del chofer con sus manos juntas sobre la boca, pidiéndome perdón... A su lado una amiga media nerviosa con su sonrisa nos miraba, y én el asiento de atrás, más gente que no distinguí, pero al menos eran cuatro.
Ella decía perdón... y esperaba que yo hiciera algo.. me refiero, a que le sacara la madre, le gritara varios improperios, le preguntara irónicamente "No tienes ojos?!!!"... en fin...
Yo también estaba pensando en qué chucha le decía al viejo culiao antes de ver quién iba manejando. Pero con alguien que te hunde en su asiento, te mira a los ojos, te pide varias veces perdón, y que además, pone sus manos en son de perdón... todo eso lleno de una ternura nerviosa y con un poco de seriedad, otro de pudor y otro de broma..
¿Qué podía hacer?
Lo pensé y lo pensé. Mis piés aceleraron la marcha, las ruedas salieron del paso, me di vuelta y no la vi más.
Pero me fui con una pequeña sonrisa hacia la cordillera iluminada con la ternura de su pudor pidiéndome perdón.
Me fui conversando conmigo mismo, que con alguien así, no había nada que decirle. Había aceptado su error, y me había entregado mucho más de lo que debía. Enmendó el error, cosa difícil, pero cierto.
Con alguien así, me caso.
Si la veo otra vez, ya sabe mijita. Me atropella o se me casa.
Un abrazo caluroso a mi nueva esposa...
sábado, 22 de noviembre de 2008
miércoles, 12 de noviembre de 2008
Debí crecer antes, para estar contigo
La luna está llena, el viento descanza el calor del día que nos aturdió por unos minutos largos.
La luna está llena, mi corazón se apresta para volver a morir, para volver a nacer, como la luna y el día.
La luna está llena y las estrellas reflejan el otro lado del mundo que gira rápido para llegar a la noche, mientras este lado oscuro del azul profundo, se duerme para volver a despertar.
La luna está blanca, gira sobre nuestros ojos y el cielo azul profundo se confunde con mis ojos y los tuyos sobre los míos y los tuyos.
La luna está arriba, baja y baja hasta alcanzar el suelo y atravesarlo.
La luna blanca mira la noche oscura, iluminada por sus pequeños ojos y su eterna sonrisa del único lado que vemos.
La luna avisa que la muerte para volver a nacer comienza hoy, con la luna llena.
La luna llena es el ciclo. Comienza y termina. Termina y comienza otro, y ahí vamos, sumándonos a otro y a uno, terminando, comenzando. Otro y uno...
Canciones de luna, amor, noche y viento, y este momento es así. Sencillo, bello, solo, conmigo disfruto de mi noche de luna llena. No porque sea mía, lo que es mío es mi momento lindo, bello, sencillo y mío... que a través de estas frágiles palabras, humildemente intento transmitir vagamente... los sentimientos no caben en las palabras.
El momento de no tener que volver a decirte que te amo, o de mirarte a tus ojos tristes de mi amor, o de no poder besarte o llamarte para que me abraces.
Segundos. Minutos. Gotas. Ríos. Ríos. Mares. Planeta. Azul.
Miradas. Cosquillas. Tú. Yo. Yo. Palpita. Dos. Amor.
El momentito lindo de besarte, bajo la luna, bajo el frío viento que acaricia la piel en la noche cálida. Bajo mi amor que se expande por la Tierra como aire azul. Bajo el cielo estrellado y alunado que ilumina mi sueño antes de dormir. Bajo nuestras vidas que se distancian día tras día, por orgullo y dolor de no querer amar y sufrir otra vez, porque bajo el dolor, están nuestras heridas que aparecen con la mirada de tu corazón pidiéndome un beso en tus frágiles labios delgados y llenos de ternura.
Mis voces te siguen nombrando. Mis sueños, te siguen. La luna, me aclara que debí crecer antes para estar contigo...
Y el planeta azul gira y gira, con la luna blanca, como cuando nos conocimos. Solo cargados de amor, límpidos y enamorados de labio a corazón, pero que poco a poco nos fuimos ensuciando de tantos pasos en las calles sucias de indiferencia y rapidez que no nos detuvimos para crecer a tiempo... junto a tiempo.
La historia que la luna ilumina está más clara. Triste, y es amor. Mi amor. Y hay que amarlo hasta el final. Solo que no crecimos a tiempo.
domingo, 2 de noviembre de 2008
Lo pequeño que somos
Se cierran ventanas, se cierran puertas, y todo depende de si te quedas fuera o dentro.
Se abren las flores, se cierran las alas, y la vida depende de si abrimos o no un poco nuestro corazón.
Cuántos animales viven debajo nuestro sin darnos cuenta. Levantad un árbol, levantad un cactus en el desierto más árido del planeta, levantad una hoja de tu jardín o tu balcón, levantad una rama y ve, mira, escucha a la Tierra.
El planeta gira sostenido en esta mágica nada negra que solo mantiene congelados a los planetas que no son azules, y nosotros creemos porque nos hacen creer que somos los únicos que tenemos vida para amar y pensamos para buscar más vida. No sabemos ni lo que hay bajo el asfalto, y vamos a saber lo que hay sobre nuestras cabezas. Muchos no saben ni cómo es un árbol, sus partes, sus pies, sus raíces, sus antepasados, nosotros y nuestro futuro.
Mucho por hacer. Meterse en las sábanas con alguien, dormir. Despertar como todos los días, solo... pero contento con los primeros rayos de sol, que alimentan nuestra desnutrición emocional.
Luego del carrete donde el paisa, no quedó otra que ponerse a trabajar la tierra. Eran las 6:35 am. Un té recompone y augura buen trabajo. Los pajaritos cantan y el rocío ya nos acarició. La Cordillera de los Andes se ilumina, ese color mañanero celestial, como queriendo ser aurora, pero mucho más intenso. Ese color azul, intenso, casi azul. Más tiradito para el blanco... luego rojo, naranjo, miles de colores... y yo, conversando con mis hijos vegetales, mis cactáceas. Decir que me necesitaban es tener el ego muy alto. Solo necesitaban una mano y una voz que los acariciara.
8:30 am, fin del trabajo. Algunos terrones de tierra aún quedan sobre el cemento, pero las raíces ahora, respiran un poco mejor.
Es impactante cómo las raíces pueden destrozar un macetero de greda que le aprieta. Más impactante es ver la cantidad de vida que mantiene, contrario a lo que habitualmente se cree de que no aguarda nada por su aridez -valga la redundancia- y su apariencia algo tosca, sobretodo por no dejarse acariciar por sus espinas. Pero, por su tronco fuerte y grueso, mantiene bajo y entre sus raíces, y bajo su tronco algunos chanchitos de tierra, cienpiés, y esos gusanitos que cuando chicos nos fascinaron, pero ya más grandes nos comienzan a dar asco, porque nos meten en la cabeza que son cochinos y quizás qué más. Rara esa forma de ver la vida, como nos alejamos de nuestro centro, cuando nos alejamos de nuestra propia vida.
Inolvidable amanecer de miles de colores, inexplicable. Amplio y liberador como el fresco amanecer bajo los primeros rayos del sol, libre, limpio y conmigo. Tan rápido que amanece, como si el mundo se fuera a acabar. La vida comienza con los primeros rayos del sol... cuidando lo que tenemos abajo nuestro, dentro nuestro, y sobre nuestro propio existir.
Al mirar cómo se ilumina la Cordillera de los Andes, uno puede dimensionar lo pequeño que somos.
Se abren las flores, se cierran las alas, y la vida depende de si abrimos o no un poco nuestro corazón.
Cuántos animales viven debajo nuestro sin darnos cuenta. Levantad un árbol, levantad un cactus en el desierto más árido del planeta, levantad una hoja de tu jardín o tu balcón, levantad una rama y ve, mira, escucha a la Tierra.
El planeta gira sostenido en esta mágica nada negra que solo mantiene congelados a los planetas que no son azules, y nosotros creemos porque nos hacen creer que somos los únicos que tenemos vida para amar y pensamos para buscar más vida. No sabemos ni lo que hay bajo el asfalto, y vamos a saber lo que hay sobre nuestras cabezas. Muchos no saben ni cómo es un árbol, sus partes, sus pies, sus raíces, sus antepasados, nosotros y nuestro futuro.
Mucho por hacer. Meterse en las sábanas con alguien, dormir. Despertar como todos los días, solo... pero contento con los primeros rayos de sol, que alimentan nuestra desnutrición emocional.
Luego del carrete donde el paisa, no quedó otra que ponerse a trabajar la tierra. Eran las 6:35 am. Un té recompone y augura buen trabajo. Los pajaritos cantan y el rocío ya nos acarició. La Cordillera de los Andes se ilumina, ese color mañanero celestial, como queriendo ser aurora, pero mucho más intenso. Ese color azul, intenso, casi azul. Más tiradito para el blanco... luego rojo, naranjo, miles de colores... y yo, conversando con mis hijos vegetales, mis cactáceas. Decir que me necesitaban es tener el ego muy alto. Solo necesitaban una mano y una voz que los acariciara.
8:30 am, fin del trabajo. Algunos terrones de tierra aún quedan sobre el cemento, pero las raíces ahora, respiran un poco mejor.
Es impactante cómo las raíces pueden destrozar un macetero de greda que le aprieta. Más impactante es ver la cantidad de vida que mantiene, contrario a lo que habitualmente se cree de que no aguarda nada por su aridez -valga la redundancia- y su apariencia algo tosca, sobretodo por no dejarse acariciar por sus espinas. Pero, por su tronco fuerte y grueso, mantiene bajo y entre sus raíces, y bajo su tronco algunos chanchitos de tierra, cienpiés, y esos gusanitos que cuando chicos nos fascinaron, pero ya más grandes nos comienzan a dar asco, porque nos meten en la cabeza que son cochinos y quizás qué más. Rara esa forma de ver la vida, como nos alejamos de nuestro centro, cuando nos alejamos de nuestra propia vida.
Inolvidable amanecer de miles de colores, inexplicable. Amplio y liberador como el fresco amanecer bajo los primeros rayos del sol, libre, limpio y conmigo. Tan rápido que amanece, como si el mundo se fuera a acabar. La vida comienza con los primeros rayos del sol... cuidando lo que tenemos abajo nuestro, dentro nuestro, y sobre nuestro propio existir.
Al mirar cómo se ilumina la Cordillera de los Andes, uno puede dimensionar lo pequeño que somos.
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