Se cierran ventanas, se cierran puertas, y todo depende de si te quedas fuera o dentro.
Se abren las flores, se cierran las alas, y la vida depende de si abrimos o no un poco nuestro corazón.
Cuántos animales viven debajo nuestro sin darnos cuenta. Levantad un árbol, levantad un cactus en el desierto más árido del planeta, levantad una hoja de tu jardín o tu balcón, levantad una rama y ve, mira, escucha a la Tierra.
El planeta gira sostenido en esta mágica nada negra que solo mantiene congelados a los planetas que no son azules, y nosotros creemos porque nos hacen creer que somos los únicos que tenemos vida para amar y pensamos para buscar más vida. No sabemos ni lo que hay bajo el asfalto, y vamos a saber lo que hay sobre nuestras cabezas. Muchos no saben ni cómo es un árbol, sus partes, sus pies, sus raíces, sus antepasados, nosotros y nuestro futuro.
Mucho por hacer. Meterse en las sábanas con alguien, dormir. Despertar como todos los días, solo... pero contento con los primeros rayos de sol, que alimentan nuestra desnutrición emocional.
Luego del carrete donde el paisa, no quedó otra que ponerse a trabajar la tierra. Eran las 6:35 am. Un té recompone y augura buen trabajo. Los pajaritos cantan y el rocío ya nos acarició. La Cordillera de los Andes se ilumina, ese color mañanero celestial, como queriendo ser aurora, pero mucho más intenso. Ese color azul, intenso, casi azul. Más tiradito para el blanco... luego rojo, naranjo, miles de colores... y yo, conversando con mis hijos vegetales, mis cactáceas. Decir que me necesitaban es tener el ego muy alto. Solo necesitaban una mano y una voz que los acariciara.
8:30 am, fin del trabajo. Algunos terrones de tierra aún quedan sobre el cemento, pero las raíces ahora, respiran un poco mejor.
Es impactante cómo las raíces pueden destrozar un macetero de greda que le aprieta. Más impactante es ver la cantidad de vida que mantiene, contrario a lo que habitualmente se cree de que no aguarda nada por su aridez -valga la redundancia- y su apariencia algo tosca, sobretodo por no dejarse acariciar por sus espinas. Pero, por su tronco fuerte y grueso, mantiene bajo y entre sus raíces, y bajo su tronco algunos chanchitos de tierra, cienpiés, y esos gusanitos que cuando chicos nos fascinaron, pero ya más grandes nos comienzan a dar asco, porque nos meten en la cabeza que son cochinos y quizás qué más. Rara esa forma de ver la vida, como nos alejamos de nuestro centro, cuando nos alejamos de nuestra propia vida.
Inolvidable amanecer de miles de colores, inexplicable. Amplio y liberador como el fresco amanecer bajo los primeros rayos del sol, libre, limpio y conmigo. Tan rápido que amanece, como si el mundo se fuera a acabar. La vida comienza con los primeros rayos del sol... cuidando lo que tenemos abajo nuestro, dentro nuestro, y sobre nuestro propio existir.
Al mirar cómo se ilumina la Cordillera de los Andes, uno puede dimensionar lo pequeño que somos.
domingo, 2 de noviembre de 2008
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